- Diego Maenza
Llanto por RB
La última vez que la vi me dijo:
Hermano, queridísimo hermano, bebamos
esta copa de sangre y literatura.
Y deglutimos poemas en el estertor del ocaso
junto a un par de cervezas calientes y amargas.
Alguna vez pisamos juntos los teatros del mundo.
Era flaca y pálida y parecía una hermana mayor.
Yo la miraba como se observan a los seres insignificantes
y ella recitaba un poema y ya no se encogía,
y su cabello se alborotaba en las tramoyas de la tristeza.
La poesía era droga, alivio y condena.
Jugaba con las palabras como una malabarista
ciega y coja a la que alguna vez se le callera la flama.
No le dolían las manos por los callos de la incomodidad.
Escupía consignas con la rabia de las tunantes
y en ocasiones soltaba frases absurdas
que solo su triste cerebro de poeta extraviada
y sus piernas débiles descifraban bajo los látigos de la rareza.
RB adolecía del vértigo a lo incierto.
Alguna vez hicimos una obra juntos
y ahora sus manos y su voz
aplacadas por el olvido y sus precariedades,
reposan en los estantes del silencio.
